Tlatilco es un vocablo náhuatl que se traduce como “lugar donde hay cosas ocultas”, nombre dado al lugar en épocas posteriores, cuando ya la población originaria había desaparecido, dejando solo vestigios de su paso en numerosos entierros, tal vez a este hecho se deba su nombre. Los entierros descubiertos en excavaciones arqueológicas de 1942 a 1969, muestran que preferentemente acostumbraban inhumar a sus difuntos con una orientación este-oeste, en las cercanías de los campos de cultivo o debajo de los pisos de las chozas, en posición extendida o flexionada; los difuntos eran envueltos en petates, o bien en mantas de algodón, amarrados con cordeles. De acuerdo a su clase social, se acompañaba con ofrendas integradas por ornamentos e implementos de uso personal, seguramente en algunas de las vasijas ofrendadas se colocaba comida y bebida. Durante el Preclásico Medio (1200-900 a.C), tal como sucedió en Tlatilco, se inhumaban en cementerios, lo que muestra una práctica ceremonial arraigada y muy antigua, parte importante del ritual de enterramiento de difuntos, consistía en rociar el cadáver con polvo rojo de hemetita o cinabrio (forma mineral del óxido férrico) ya que dentro de la cosmovisión prehispánica, el color rojo está íntimamente relacionado con la muerte.
Se tienen datos de sacrificios humanos realizados cuando moría alguna persona de importancia, y en ocasiones, se documentó la presencia de perros inmolados; en ambos casos, según creencias, servían como acompañantes del difunto. Los enterramientos de los 24 perros localizados en Tlatilco, representan un alto porcentaje con respecto de los entierros humanos recuperados, por lo que se constituye que además de su significado ritual, junto con las tortugas y el venado cola blanca, deben haber formado parte de la dieta regular de los habitantes del sitio.